DE IMPROVISO SURGISTE ANTE MIS OJOS
Llegaste
a mí
Con
la sencilla gracia de la fuente
Que
corre voluptuosa por la estrecha vertiente
Bajo
los luceros,
Bajo
el sol ardiente.
En el
quieto remanso de las cosas calladas
Vivías
tú siempre,
Bajo
las reconditeces de mi corazón anhelante
Que
buscaba doliente de tus dulces maneras
La
graciosa presencia de tu alma en la mía.
Como
grito en la noche
Cuyo
eco profundo repercute en la esfera
Te
esperaba mi espíritu
Con
nostalgia de sueños que por falta de vida se murieron de tedio
Desmayados
de vértigo
Por
el piélago inmenso de un dolor sin remedio.
Te
buscaba en la brisa
Que olvidó
la mañana en las flores
En la
música triste, del viento encadenado en las hojas
Por
remotas distancias por azul lejanía
Y mi
queja doliente con el céfiro huía.
Informe
soledad,
De
ceño adusto y de maneras graves
Llegó
a ser mi compañera.
Como
núbil espuma, en la mar agitada,
O como
nube impoluta que el sol con sus rayos colora,
De
improviso surgiste a la luz de mis ojos.
Renació
en mí la calma,
En mi
sangre fue haciéndose forma
El
vívido anhelo de poder arrullarte con mis pobres cantares
Y
llevar a tu alma las inarmónicas notas, de mi pobre poema.
TU AMOR SE FUE
TU AMOR SE FUE
Tu
amor se fue
Como
el agua por el río;
Como
en la flor el rocío
Como
en el viento el rumor.
De tu
amor
No
queda huella,
Ni
siquiera la querella
De lo
que pudo ser y no fue.
Te
amé, es verdad,
En un
día tan lejano, tan lejano
Que
ya mi frágil memoria
No lo
puede precisar.
Todo
fue tan pasajero
Tan
solitario el lugar
En
donde te dije te quiero.
Tu
amor se fue yendo
Lentamente,
Como
la noche y el día
Como
se aleja la nave
Para
nunca más volver.
Ya no
queda ni el recuerdo
De lo
que pudo ser y no fue,
Todo
pasó como nube
Que
surcando va al espacio
Para luego ya no ser.
Jorge Julio Giraldo Ocampo
Honrar la memoria de alguien que ha dejado huellas indelebles en uno no deja de ser complicado en tanto que el amor que se profesa es un riesgo a la hora de hacerle un reconocimiento justo como poeta y, porque entre otras cosas, él no se lo creía.
Una Sor Juana Inés de la Cruz, un San Juan de la Cruz y otros poetas españoles despertaban en él una pasión inusitada, leyéndolos con deleite. En su corta obra se encuentra cierto misticismo, un no poderse acostumbrarse a la vida, un cantor humilde como él mismo lo dice en el poema "¡Salve oh tierra Canán Bendito!"
Para luego ya no ser.
TARDE GRIS DE NOVIEMBRE
Somnolienta
está la tarde,
El
cierzo helando con ritmo y armonía
De la
dormida estancia
El
follaje de los escasos árboles movía.
En un
gris de tumba el cielo se envolvía,
El
pájaro callaba, la fuente muda estaba,
En
lóbrego silencio las cosas y los seres,
Ningún
rumor lejano
La
calma del paisaje perturbaba
Y mi
paciencia esperaba,
Como
fiera en acecho,
Que
la buena de Ceres sus párpados abriera
Allá
en la lejanía,
Hasta
donde la humana vista alcanza a percibir,
Su
añosa testa un cerro levanta al infinito
Y en
su muda postura monologando está:
Soy
súplica, alegría, testimonio perenne
De la
humana natura
Al
señor Dios Jehová.
Irrumpe
en lontananza con música sonora
El
motor trepidante de un avión de correo
Y en
su ruido armonía
Despertó
la fontana
Que
ha tiempo dormía.
El
turpial apenado
En el
madrigal cercano
Ensayando
una endecha
Rompió
sus diapasones.
Tarde
gris de noviembre
Huérfana
de colores
Llegué
a ti en busca de emociones
Y
estás desapacible en tu semblante trágico,
Toda
mi vida veo.
Jorge Julio Giraldo Ocampo
Honrar la memoria de alguien que ha dejado huellas indelebles en uno no deja de ser complicado en tanto que el amor que se profesa es un riesgo a la hora de hacerle un reconocimiento justo como poeta y, porque entre otras cosas, él no se lo creía.
Una Sor Juana Inés de la Cruz, un San Juan de la Cruz y otros poetas españoles despertaban en él una pasión inusitada, leyéndolos con deleite. En su corta obra se encuentra cierto misticismo, un no poderse acostumbrarse a la vida, un cantor humilde como él mismo lo dice en el poema "¡Salve oh tierra Canán Bendito!"
Su canto íntimo y desgarrador muestra la
desnudez de un hombre que solo puede aproximarse a lo humano a través del arte. Su ser y su poesía están tocados por un amor a la
humanidad, sintiendo una tristeza profunda frente a todo lo que atentara contra
la vida. Su poesía no deja de ser melancólica, llena
de figuras que dejan traslucir su esencia.
Luego de trabajar en Rentas departamentales,
ser personero de Filadelfia, director del periódico La voz de Filadelfia, sus manos conocieron la tierra, dedicándose a
la siembra de colinos de plátano y de café, sin nunca abandonar los libros.
De él aprendí algo que jamás olvidaré, cuando empecé a hacer mis primeros escritos; se los mostraba con un entusiasmo
desbordado y después de leerlos, mirándome con ternura, me decía: “rasgue y vuelva a escribir”. Sentir, sin que
él me lo dijera, que ese era el camino si deseaba dedicarme a la escritura.
Siempre se sobrepuso a los avatares de la
vida y en ese conciliarse con ella, la naturaleza se hizo compañera y, entre
siembra y siembra, lápiz y papel lo acompañaron siempre. El sudor de su frente
le sirvió tanto para hacer crecer en una tierra semiárida una pequeña extensión
de árboles frutales y, entre trecho
y trecho, dejarse poseer por las musas.
Algunas veces, al calor de unos vinos, mis hermanos y yo lo vimos perderse en los arreboles de la
tarde, recitando algunos poemas de San Juan de la Cruz, con una emoción que se volvía
nuestra. También estaba cerca de él cuando se sentaba a la máquina de
escribir, luego de hacer las correcciones que consideraba pertinentes decía: Ya está terminado el poema o
finalmente rasgaba lo escrito por considerarlo inservible.
Fui testigo de su paciente oficio de
escribiente hasta el final de sus días. Sus ojos amarillos resplandecían cuando
podía disfrutar de interlocutores poseídos por un gran amor por la literatura.
Su corta obra, de 43 poemas, es testimonio de una época y de una vida.
María Helena Giraldo
González
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