domingo, 13 de septiembre de 2015

Poemas de Jorge Julio Giraldo Ocampo






DE IMPROVISO SURGISTE ANTE MIS OJOS                                     

Llegaste a mí
Con la sencilla gracia de la fuente
Que corre voluptuosa por la estrecha vertiente
Bajo los luceros,
Bajo el sol ardiente.

En el quieto remanso de las cosas calladas
Vivías tú siempre,
Bajo las reconditeces de mi corazón anhelante                       
Que buscaba doliente de tus dulces maneras
La graciosa presencia de tu alma en la mía.

Como grito en la noche
Cuyo eco profundo repercute en la esfera
Te esperaba mi espíritu
Con nostalgia de sueños que por falta de vida se murieron de  tedio
Desmayados de vértigo
Por el piélago inmenso de un dolor sin remedio.

Te buscaba en la brisa
Que olvidó la mañana en las flores
En la música triste, del viento encadenado en las hojas
Por remotas distancias por azul lejanía
Y mi queja doliente con el céfiro huía.                                     
Informe soledad,
De ceño adusto y de maneras graves
Llegó a ser mi compañera.                                               
Como núbil espuma, en la mar agitada,                                
O como nube impoluta que el sol con sus rayos colora,       
De improviso surgiste a la luz de mis ojos.

Renació en mí la calma,                                                        
En mi sangre fue haciéndose forma
El vívido anhelo de poder arrullarte con mis pobres cantares       
Y llevar a tu alma las inarmónicas notas, de mi pobre poema.



TU AMOR SE FUE
  
                                               
 Tu amor se fue
Como el agua por el río;
Como en la flor el rocío
Como en el viento el rumor.

De tu amor
No queda huella,
Ni siquiera la querella
De lo que pudo ser y no fue.

Te amé, es verdad,
En un día tan lejano, tan lejano
Que ya mi frágil memoria
No lo puede precisar.

Todo fue tan pasajero
Tan solitario el lugar
En donde te dije te quiero.

Tu amor se fue yendo
Lentamente,
Como la noche y el día
Como se aleja la nave
Para nunca más volver.

Ya no queda ni el recuerdo
De lo que pudo ser y no fue,
Todo pasó como nube
Que surcando va al espacio
Para luego ya no ser.



TARDE GRIS DE NOVIEMBRE



Somnolienta está la tarde,
El cierzo helando con ritmo y armonía
De la dormida estancia                                                       
El follaje de los escasos árboles movía.

En un gris de tumba el cielo se envolvía,
El pájaro callaba, la fuente muda estaba,
En lóbrego silencio las cosas y los seres,
Ningún rumor lejano
La calma del paisaje perturbaba
Y mi paciencia esperaba,                                                           
Como fiera en acecho,
Que la buena de Ceres sus párpados abriera

Allá en la lejanía,
Hasta donde la humana vista alcanza a percibir,
Su añosa testa un cerro levanta al infinito
Y en su muda postura monologando está:
Soy súplica, alegría, testimonio perenne
De la humana natura
Al señor Dios Jehová.

Irrumpe en lontananza con música sonora
El motor trepidante de un avión de correo
Y en su ruido armonía
Despertó la fontana
Que ha tiempo dormía.

El turpial apenado
En el madrigal cercano
Ensayando una endecha
Rompió sus diapasones.

Tarde gris de noviembre
Huérfana de colores
Llegué a ti en busca de emociones
Y estás desapacible en tu semblante trágico,                      
Toda mi vida veo.




Jorge Julio Giraldo Ocampo


Honrar la memoria de alguien que ha dejado huellas indelebles en uno no deja de ser complicado en tanto que el amor que se profesa es un riesgo a la hora de hacerle un reconocimiento justo como poeta y, porque entre otras cosas, él no se lo creía. 

Una Sor Juana Inés de la Cruz, un San Juan de la Cruz y otros poetas españoles despertaban en él una pasión inusitada, leyéndolos con deleite. En su corta obra se encuentra  cierto misticismo, un no poderse acostumbrarse a la vida, un cantor humilde como él mismo lo dice en el poema "¡Salve oh tierra Canán Bendito!"

Su canto íntimo y desgarrador muestra la desnudez de un hombre que solo puede aproximarse a lo humano a través del arte. Su ser y su poesía están tocados por un amor a la humanidad, sintiendo una tristeza profunda frente a todo lo que atentara contra la vida. Su poesía no deja de ser melancólica, llena de figuras que dejan traslucir su esencia.

Luego de trabajar en Rentas departamentales, ser personero de Filadelfia, director del periódico La voz de Filadelfia, sus manos conocieron la tierra, dedicándose a la siembra de colinos de plátano y de café, sin nunca abandonar los libros.

De él aprendí algo que jamás olvidaré, cuando empecé a hacer mis primeros escritos; se los mostraba con un entusiasmo desbordado y después de leerlos, mirándome con ternura, me decía: “rasgue y vuelva a escribir”. Sentir, sin que él me lo dijera, que ese era el camino si deseaba dedicarme a la escritura.

Siempre se sobrepuso a los avatares de la vida y en ese conciliarse con ella, la naturaleza se hizo compañera y, entre siembra y siembra, lápiz y papel lo acompañaron siempre. El sudor de su frente le sirvió tanto para hacer crecer en una tierra semiárida una pequeña extensión de árboles frutales y, entre trecho y trecho, dejarse poseer por las musas.

Algunas veces, al calor de unos vinos, mis hermanos y yo lo vimos perderse en los arreboles de la tarde, recitando algunos poemas de San Juan de la Cruz, con una emoción que se volvía nuestra. También estaba cerca de él cuando se sentaba a la máquina de escribir, luego de hacer las correcciones que consideraba pertinentes decía: Ya está terminado el poema o finalmente rasgaba lo escrito por considerarlo inservible.

Fui testigo de su paciente oficio de escribiente hasta el final de sus días. Sus ojos amarillos resplandecían cuando podía disfrutar de interlocutores poseídos por un gran amor por la literatura. Su corta obra, de 43 poemas, es testimonio de una época y de una vida.
                                                                                                              María Helena Giraldo González
      




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