jueves, 9 de julio de 2015

¿Una lúcida embriaguez la de Aquiles y Socrátes?

                                                                               


Al hablarle a un amigo sobre la embriaguez me dijo: —vas a escribir sobre los borrachos. —No, le contesté. La embriaguez a la que me referiré es de esas que no descarta el vino, pero que apunta a la esencia de lo que constituye lo humano. Aludiré al héroe, al filósofo, y finalmente a algunas puntuaciones psicoanalíticas.
Empezaré por decir que la embriaguez es estar poseído por una pasión que irrumpe como un mar impetuoso y se apodera de los sentidos. Es el sobresalto de los ánimos, de los afectos, se contagia del vino que se derrama sobre la simiente, sobre el cuerpo hecho música.
         La embriaguez se hace voz y mirada. Máscaras, comedia y risa. Se nutre de la tierra, del viento que sopla. Viento de dioses que convive con los mortales. A estos dioses les celebran fiestas de agradecimiento por la cosecha, por las guerras y la muerte de los enemigos o para pedir benevolencia por las ciudades.
         Los griegos rogaban a los dioses para que en medio de la batalla las fuerzas contrarias desistieran y el soplo divino les permitiera pasar desapercibidos en medio del campo enemigo. Ofrendas o fiestas en las que emergía el espíritu humano con todos los desenfrenos y todas las virtudes.


DIOSES GRIEGOS TRADICIONALES

La religiosidad del pueblo griego se caracterizaba por una extrema proximidad entre lo divino y lo humano, y a la vez, un extremo distanciamiento por su condición de mortales. La cercanía con lo humano consistía en que los dioses también estaban embriagados por las pasiones. Toda su ira o virtud, toda su benevolencia podía ser despertada. No se cuidan de las vanidades, ni de los desencuentros con otros dioses, ni de las tretas que utilizan en la batalla para que sus héroes o mortales preferidos ganen la contienda. Homero en la Iliada describe bellamente la relación de los hombres y los dioses.
         Retrata en imágenes poéticas el transcurrir cotidiano de los griegos. La Iliada, epopeya que canta a Aquiles, el de los pies ligeros. Le canta a su fuerza, a su belleza, igual a la de los dioses. La epopeya homérica alude en un comienzo al enojo de Aquiles contra Agamenón porque le arrebata a Briseida, dada como recompensa después de tomar a Tebas.
           Los dioses del Olimpo nutren la existencia griega.  A ellos se les rinde ofrendas cuando están enfadados. Tratan de reconciliarse con rogativas o cumpliendo lo que estos invocan. Las ofrendas a los dioses en la Iliada, consisten en rogativas en las que esparcen harina con sal, luego degollan un animal y lo tiran al fuego. Después de comer y beber, distribuyen vino a todos los presentes y entonan cantos al dios ofendido. En la Iliada, Agamenón y los Aqueos buscan con las ofrendas reconciliarse con Apolo, quien oye complacido los desagravios, y celebra el festín tañendo la citara.
         También alude a Zeus, dios de dioses, y sus arrebatos de ira. Esquilo en sus tragedias narra como el dios Prometeo, roba el fuego para los hombres y Zeus manda a Hefesto a encadenarlo, por ir contra su soberana voluntad. Nada que le permita al hombre apropiarse del fuego de los dioses.
        En la iliada Zeus conserva su poderío, pero algunas diosas se salen con la suya.  Hera, esposa de Zeus, en la guerra contra los troyanos monta en cólera porque ella está del lado de los aqueos y Zeus le dice: —qué graves ofensas te infieren Príamo y sus hijos para que quieras destruir a la ciudad de Ilión.  Hera le responde: —no quiero que sea en vano todo el trabajo y sudor que me costo reunir al ejército contra Príamo.
         En otra ocasión Zeus envía un sueño inmortal a Agamenón, para que cumpla su mandato: «armar te ordena a los Aqueos de larga cabellera y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar a Troya»[1]. Todas estas pasiones de los dioses y la relación con los hombres la describe Homero en La iliada, sin hacer juicios morales. Rivalidades entre dioses, rivalidades entre hombres, pasiones y poder. Embriaguez de vida, embriaguez de muerte. Una especie de locura desenfrenada que se apodera de los ánimos. 


EMBRIAGUEZ IRRACIONAL EN LA ÉPOCA ARCAICA Y CLÁSICA

Si nos acercamos a un libro distinto al de La iliada, al capítulo II de un texto de R. Dodds, va a decir que en La iliada aparecen elementos irracionales de la conducta humana, propiciados por agentes no humanos, los dioses, que influyen en el pensamiento y la conducta. Dichos dioses están emparentados con la mentalidad propia de la época arcaica, época que se presupone para la obra de Homero. Son hechos y relaciones que persisten a lo largo del periodo arcaico y clásico, pero dándose pequeñas variaciones en la conducta tanto de los dioses como del hombre mismo, aún algunos filósofos de la época clásica, señala Dodds, conservan las ideas acerca de los dioses como Píndaro, Sófocles, y en mayor medida Heródoto, diciendo ellos que una de las cosas que más los sorprenden es la conciencia más viva de la inseguridad humana y de la condición desvalida del hombre, que está en estrecha relación con sentimientos que brotan de la hostilidad de los dioses, no porque los consideren malignos sino porque hay un poder y una sabiduría dominantes que los mantienen abatidos y les impide remontar su condición.
       Mas adelante hace alusión a lo que he expresado de otra manera, “embriaguez de los dioses” y que siguiendo a Dodds podemos constatarlo en lo que dice Heródoto, la divinidad siempre celosa y perturbadora, y como a ese poder dominante le duele cualquier éxito que puede elevar nuestra mortalidad por encima de su condición mortal. Ni los heroísmos mismos traen felicidad, la única recompensa es la fama.
       Y continúa Dodds, haciendo alusión a los príncipes Homéricos: Temen a los dioses como temen a los señores humanos, y no se sienten oprimidos por el futuro ni aún cuando, como Aquiles, sabe que su muerte está cada vez más cercana. En un pasaje de La Iliada,  después de dar Aquiles muerte a Héctor, dice: —«¡Alégrate Patroclo, aunque estés en el Hades! Ya te cumplo cuanto te prometiera. El fuego devora contigo a doce hijos valientes de Troyanos ilustres; y a Héctor Priámida no lo entregaré a la hoguera, sino a los perros para que lo despedacen.»[2]



LAS FIESTAS DE INVIERNO Y DE PRIMAVERA  AL DIOS DIONISIO

El pueblo griego también fue adorador de Dionisio, llamado también  Baco, de carácter muy distinto al de los tradicionales dioses griegos. Probablemente de procedencia extranjera( Tracia, Frigia, Lidia). A este dios le celebraban las fiestas de invierno y de primavera en medio del vino. Su culto primitivo tuvo características orgiásticas antes desconocidas en la religiosidad griega:
« En sus fiestas de invierno, grupos, sobre todo de mujeres, presas de una gran excitación colectiva, recorrían los campos con antorchas y tambores y, en medio de gritos y gestos convulsivos, devoraban animales crudos y realizaban toda clase de actos salvajes. [3]
Finalmente el culto se fue asentando en toda Grecia y su rudeza primitiva se desvaneció. Dionisio dios de la fecundidad y las fiestas de primavera, acompañadas de ritos populares, representaciones teatrales, comedias y tragedias. Celebraba el renacer de la vegetación y la reapertura de la navegación interrumpida en el invierno.
       El vino se unía a los placeres más importantes: la belleza, la sexualidad. La fertilidad de la naturaleza se representaban con el coito. Manuel Briceño en su libro El genio literario de los griegos se refiere a la comedia griega en la que nunca faltaba la sátira social, política o personal, muchas veces hiriente. En todas estas expresiones emergía la exaltación del ánimo a la que se unía el vino.
     Las fiestas dionisiacas se semejan a las fiestas de blancos y negros en Pasto, a las fiestas del diablo en Riosucio, y a muchas otras, guardando las proporciones. Sin embargo hay en ellas mucho de la embriaguez que suscitaban las fiestas dionisiacas, todo el colorido, la majestuosidad, sin el atributo religioso que tuvieron alguna vez. En la actualidad se hace más como una recuperación de las formas culturales tradicionales. En este sentido podemos hablar de unos dioses como garantes de la existencia del hombre, la embriaguez del espíritu se deja llevar por la alegría, por el vino. En estas fiestas el fluir mítico se impone como manera absoluta de construcción del mundo y de las relaciones. Es así como el saber mítico se nutre de narraciones profanas sobre el origen, sobre la creación, la vida y la muerte, sobre los dioses. El saber mítico se constituye como un paradigma dominante, que igualmente da cuenta de un sistema de parentesco, pero seguirle la huella no nos interesa en este ensayo


EL PUEBLO GRIEGO

Su concepción del mundo termina en la ciudad, y en los templos se da el encuentro con los dioses. Por eso cuando hacemos alusión a la Iliada podemos ver en la descripción que hace Homero a una Grecia en la que se atiende a los sentimientos, a la embriaguez que suscita la guerra, pero también el arte, las fiestas, las comedias y la tragedia. En fin una embriaguez que se nutre de las pasiones.
           La filosofía es la última institución del pueblo griego. Su saber se interesa por el ser, por la naturaleza. La palabra se constituye en un estatuto esencial en el pueblo griego. La filosofía empieza propiamente con Sócrates y Pitágoras, los otros filósofos fueron pensadores. «El pueblo griego era un pueblo que cultivaba la sabiduría más que la razón, por eso atendía más a los sentimientos que al intelecto, un pueblo en el que había más inspiración y no únicamente técnica, en el que lo sagrado era el ágora y no tanto los templos, en que lo religioso era el hombre mismo y no una secta o una casta sacerdotal”[4]
La filosofía misma, era cuestión de afectos y de sentimientos, antes que de razón y conocimientos. Había una relación directa del lado de la percepción, del lado de lo Dionisiaco. Para  Heidegger en los griegos dominaba la presencia, para nosotros la representación. Freud finaliza Tótem y tabú diciendo podemos arriesgar la proposición siguiente« en el principio era la acción» Uno lo puede observar en la Iliada donde los hombres se preparan para la guerra y los dioses se transfiguran en combatientes para hacer presencia ante los mortales o ante los héroes. Para Saúl Sánchez, en su ensayo Sobre lo griego dice: la verdad es que la fundación de la ciudad dio un vuelco suficiente al mundo para pensar en la necesidad, en primer lugar, de un orden artificial a instancias de la ley y, por ende de la palabra. El amor no fue cuestión de armonía sino de deseo(orexis), para este entonces es un pasar de la acción de los héroes, al lenguaje, al pensamiento, a la palabra. Aún en la Iliada, Atenea le dice a Aquiles: «cesa de disputar, no desenvaines la espada e injúriale de palabra como te parezca».[5]
Otra cosa es la filosofía con Sócrates, retoma la virtud de la que hablaba Homero, pero esta vez radicada en el entendimiento. A partir de Sócrates se dará una fuerte oposición entre las virtudes y las pasiones.
Esto lleva a pensar a Nietzsche, en una división entre el espíritu apolíneo y el dionisiaco. Dionisio como un dios de la naturaleza, del vino, de la embriaguez, el sátiro barbudo de las fiestas orgiásticas de los bacanales, dios que representa la alegría desbordante del vivir y la exaltación de una vida triunfante, sin trabas morales, Apolo es un dios de la belleza y de las formas perfectas, de la apariencia radiante y el equilibrio del mundo interior.
   

UNA LUCIDA EMBRIAGUEZ 


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Ahora detengámonos en el héroe y el sabio, los dos prototipos humanos de la cultura clásica griega. Aquiles- Sócrates. Sócrates acepta la muerte, la elige como un camino. En el Coloquio-seminario sobre el seminario 23 El Sinthome, Eric Laurent dice «seguimos hablando de Sócrates como el inmortal, el inmortal Sócrates que introdujo un discurso nuevo muriendo para esto e hizo de su muerte, de su sacrificio, el signo de lo que es la filosofía»[6] Sócrates elige el camino de la muerte no por una biopolítica que establece las pautas sobre la vida y la muerte, lo hace por una elección, una haeresis, dice Laurent.
       Aquiles la elige, aunque dudo un poco. Él deja entrever un reproche, un estar supeditado a los dioses cuando le dice al rey troyano Príamo, quien reclama el cadáver de su hijo Héctor: «Por qué los dioses han tejido el hilo de la desgraciada humanidad de tal suerte que la vida del hombre tiene que ser dolor, mientras ellos viven exentos de cuidado»[7]. ¿Podemos hablar de Aquiles de una elección desde él mismo y de querer transitar ese destino? Sin embargo, el héroe en la Iliada tiene su sitial de reconocimiento, y desde ahí podemos decir que hay un deseo de inmortalidad que otorga la polis griega. Un deseo de inmortalidad, de perdurar en la memoria de la ciudad a la que le sirvió. Ser reconocido después de muerto por sus glorias.
       EL héroe sale del terror de la nada que es la muerte, que para Homero, era vagar por el hades, distinto al reconocimiento en la memoria de los demás, que proporciona  una vida después de la muerte. Porque para los griegos la idea de gloria heroica es la de aquel que ofrenda su vida, siendo elevado al ser más alto, por encima de la mera existencia humana, conserva la gloria de su nombre, alcanza la inmortalidad que la polis le otorga, se convierte en el ideal del yo de la ciudad. Una lúcida embriaguez que está del lado de un goce singular, pero también del deseo.
        Por su parte Sócrates, solidario a su deseo, se convierte en el maestro que no enseña más, ni practica más la ternura, pone en acción la razón. Va a abordar la virtud como lo más bello, oponiéndose al espíritu dionisiaco. Resalta la virtud, ¿la pasión por la virtud, tal vez? Pasa a segundo plano la idea de que los dioses disponen de los hombres. Aunque sigue subsistiendo lo mítico y lo religioso para el pueblo griego, la filosofía se constituye en una nueva manera de explicar la naturaleza de  las cosas.
       A Sócrates se le va a llamar el maestro, y va a decir que el maestro debe suscitar deseo, porque si no hay deseo nada puede aprenderse, será inútil intentarlo. Sócrates pone en práctica la máxima de Delfos “Conócete a ti mismo” En este sentido está el saber como conocer, pero eso no es lo definitivo. Para Sócrates el acceso al saber es posible por el reconocimiento de la ignorancia. Para Sócrates la mayéutica es una forma de indagar y llevar al otro a lo que no sabe de sí. Aquí también hay pasión, embriaguez, ya no en relación al acto sino en el conocimiento de sí mismo.
        

En el capítulo II de las Obras completas de Platón, Alcibíades de la naturaleza del hombre, Alcibíades cree estar enamorado de Sócrates. Finalmente se encuentra con que su amor está dirigido a Agatón. Para Sócrates es en el alumno donde está la verdad y hay que rescatarla. Haciendo alusión a la máxima de Delfos, Sócrates conduce a Alcibíades al conocimiento de si. Sólo conociéndonos nosotros mismos conocemos la manera de cuidarnos, dice Sócrates en los Diálogos de Platón. Rescatando el alma de Alcibíades, le dice que el alma es uno mismo. Continua Sócrates, el que ignora lo que hay en si no puede ayudar a los otros. Cuida de tí y luego administra. También le pregunta Sócrates a Alcibíades: ¿será posible dar lo que no se tiene? Alcibíades responde: de ningún modo. Entonces Sócrates le dice: habrás de conseguir ser virtuoso. Y así le ocurriría a quienquiera que desee administrar y cuidar de su persona y de sus asuntos como también de la ciudad y de las cosas de la ciudad. El que ignora que hay en si no puede ayudar a otros. Cuida de ti y luego administra, continua diciéndole Sócrates.  
        Como vemos, la filosofía como nuevo discurso es antológica, apunta al ser, a la manera de explicar la realidad, concierne a la persona, a la virtud. Si en las sociedades arcaicas, míticas la pasión provenía de los afectos: amor, odio, envidia, ira, muerte, siendo estos sentimientos propiedad de los dioses y los hombres, y nutria la relación de los hombres y la ciudad; con la filosofía socrática la razón y la conciencia de sí aparecen como otro tipo de embriaguez que sobrevalora la virtud como una nueva manera de quedar en la memoria de la ciudad. Una nueva manera de concebir el mundo y de relacionarse con los otros. Si en la Grecia antigua el hombre no era dueño de los actos, ateniéndonos un poco a la epopeya homérica, que puede dar noticia en parte, de una época que se inscribe en lo mágico, en una religiosidad que espera gratuidad de los dioses. Se pasa entonces de los mitos, de las fiestas, de los dioses benefactores de la sinrazón a la razón, a la valoración de la virtud propiamente, a la filosofía socrática, a la mayéutica que en cierta forma desprecia lo irracional en el ser para concentrarse en la virtud. Pero surge además la técnica y la ciencia.

NIETZSCHE  Y LA EMBRIAGUEZ



Nietzsche crítica a Sócrates porque hace un rompimiento con lo dionisiaco Considera que lo dionisiaco y lo apolíneo son propios de lo humano. Para Nietzsche, Sócrates exalta las virtudes, como si el hombre no fuera un ser de entrecruzamientos de fuerzas que se rozan. Dice que la cuestión de los valores es fundamental, pero una valoración que hable de la voluntad de poder, que es suprema entrega en el juego del azar con la muerte (de la superación de si mismo). No somos en esto precisamente griegos, dice. No somos adoradores de las formas, de los sonidos, de las palabras, y por ello artistas. En el Zaratrustra, va a decir Jorge Mario Mejía Toro, siguiendo a Nietzsche, que hablar es una bella locura: hablando, baila el hombre sobre todas las cosas. Corrió el riesgo del malentendido, agrega Jorge Mario, con las ideas Nietzscheanas: las mismas palabras pueden provenir tanto de la afirmación de la vida como de su negación. Las palabras que salen de los labios amorosos de Ariadna, pueden salir también de la boca hastiada del encantador. En  los Ditirambos con el titulo Sólo loco-sólo poeta dice:
Ávido de presa,
Enmascarado bajo muchos colores,
Para si mismo máscara,
Para si mismo presa
Eso- ¿el pretendiente de la verdad?
¡Sólo loco! ¡Sólo poeta! [8]
.Se puede ser máscara y presa al mismo tiempo, dualidad que emerge a pesar de las máscaras, a pesar de las insignias. Ante las exigencias y las prohibiciones aparece lo abismal de cada hombre, con lo que le sorprende a diario. Lo contradictorio de sí. Por eso Nietzsche en Así Habla Zaratustra, en el canto a la embriaguez, libro cuarto va a ser escueto en sus reflexiones: la media noche también es medio día, el dolor también es alegría, la maldición es también bendición, la noche es también un sol, alejáos o aprenderéis: un sabio también es un loco[9]
      Nietzsche toma al ser humano en su verdadera dimensión, sin exclusiones. El hombre es dolor y alegría, amor odio. Es de contrastes y de variaciones que muchas veces el mismo hombre no comprende. Su alteridad salta como la liebre y la sobrepasa. Es día, es noche.
       En el libro tercero termina con el canto de amor al eterno retorno, «que puede cantar quien haya mezclado, en el cántaro de las mixturas, lo más remoto con lo más próximo, el fuego con el espíritu, la alegría con el sufrimiento, lo más inicuo con lo más bondadoso, “para que se desborde la espuma del cántaro”.[10]
ÉL no se queda en la exaltación del pesimismo. Va más allá de la sobrevaloración de lo trágico, de las identificaciones. El quiere dar cuenta a mi modo de ver, de lo esencial en lo humano. El se detiene en los entrecruzamientos que constituye lo humano, la pulsión de muerte que subyace al eros sobre el que solventa la cultura.  
       El hace referencia a la subjetividad como un “entre” que da cuenta de la pluralidad en uno mismo. No está de acuerdo con la voluntad de poder únicamente como voluntad dominadora. La noción “entre” para Nietzsche, permite pensar de otra manera: quien domina es lo indomable, lo no manejable totalmente, la irrupción que acontece más allá de los designios de una voluntad que se cree dueña de las circunstancias. Un hombre que se domina así mismo y domina las fuerzas no es el hombre nietzscheano. La identidad para Nietzsche es como una des-identificación, la excursión en un reino extranjero, la extranjeridad de esa perdida que siempre supone encontrarse así mismo.
Somos desconocidos para nosotros mismos señala en el prólogo de la Genealogía de la moral. No cree en una identidad última. No cree en la felicidad como mantenimiento de la homogeneidad. Entrecruzamiento entre los otros y lo otro es la otredad de uno mismo, a esa apunta la reflexión Nietzscheana.
         El discurso psicoanalítico, la clínica analítica apunta a esa otredad que produce sufrimiento, a lo indomable que nos domina: lo real del ser humano: sexualidad y muerte. Esa entremezcla que describe Nietzsche constituye lo que en psicoanálisis llamamos goce.


  LA CLÍNICA PSICOANALÌTICA

La clínica psicoanalítica se mueve en un discurso diferente en la que se supone un saber al analista como agalma, lo que significa objeto precioso y que vía está suposición de saber se construye un saber sobre la verdad del sujeto. El discurso psicoanalítico es un tratamiento del goce. En él confluye la embriaguez de lo irracional, lo dionisiaco y lo apolíneo. A pesar de que Sócrates rechaza lo irracional del hombre y Nietzsche crítica a su vez la posición de Sócrates. Ambos cuestionan lo que el psicoanálisis busca con la clínica: la verdad que subyace en el sujeto. El psicoanálisis encuentra que ambos subvierten los goces estipulados por el discurso social y apuntan, sin tal vez saberlo, a lo más particular de la subjetividad, al sujeto del inconsciente, sujeto con el que trabaja el psicoanálisis. Ya no es el mito como una forma de discurso colectivo, no. Con el psicoanálisis se trata de indagar sobre el mito freudiano y el goce particular.
       En este sentido Sócrates y Nietzsche se acercan de una manera inédita a los acontecimientos, subvierten el orden establecido con su discurso que resuena con las hipótesis freudianas y lacanianas. Tanto Sócrates como Nietzsche, Freud y Lacan, se han inmortalizado a la manera griega, no han cedido en su deseo, aunque produzcan escozor en cada uno de nosotros, que además de las pasiones referidas a lo largo del ensayo, tenemos otra pasión, la pasión por la ignorancia.
       La clínica analítica es una clínica de la real del sujeto, su goce. ¿Con qué goza ese ser sufriente que se debate en una embriaguez que lo devora? Juan David Nasio en Cinco lecciones introductorias sobre la teoría de Jacques Lacan dice que el goce es una tensión intolerable, mezcla de ebriedad y de extrañeza. Plantea además, que el goce no es sólo el desafío lanzado a sus semejantes sino también el hecho de poner a prueba los propios límites. El goce es el estado energético que vivimos en circunstancias límites Una embriaguez, una ebriedad. El psicoanálisis bordea estos extremos que se hacen mixtura. Juan David Nasio, en este mismo texto, va a decir que hay una droga más poderosa que actúa en el ser humano, un goce mudo y dominador. El goce desprecia las palabras y el pensamiento para dirigirse sólo a la acción. El goce, concepto escindido por la ciencia, la cual hace una construcción científica de la naturaleza y del ser. Escinde entonces verdad, saber y goce. Mientras la ciencia escinde lo mítico, el psicoanálisis lo incluye. Díganos que la ciencia presenta a un sujeto sin sustancia, independiente de un saber mítico, del equivoco, del inconsciente. Se sostiene en una verdad formal, se soporta en la matemática, produciendo ruptura entre el sujeto que sabe y el sujeto que goza. La verdad de la ciencia está formalizada, la verdad del psicoanálisis opera como causa. De las sociedades míticas a las sociedades históricas hay un impase, lo que queda del saber mítico al histórico es el inconsciente y tiene consecuencias sobre el saber. Por eso Eric Laurent tiene una redefinición sobre la culpa«Uno no es culpable de gozar sino que es responsable de ese saber hacer con el cual construye algo de lo que no puede gozar del todo»[11]. El psicoanálisis apunta a eso que es constitutivo del ser humano desde siempre, pero implica al sujeto para que construya un saber hacer con eso que constituye su goce, quedando al final un síntoma conclusivo: «Yo soy como gozo». 
  
BIBLIOGRAFÍA


ELIADE MIRCEA . El mito del eterno retorno. P.25

Sobre lo griego. Medellín: Revista contexto No. 7. Universidad de Medellín, p.140. 

HOMERO. La iliada. Bogotá, Editorial Bedout, 1986

LAURENT ERIC, BRODSKY GRACIELA. Coloquio-seminario sobre el seminario 23 de J. Lacan. El sinthome. Buenos Aires: Eol Grama. Marzo29 de 2007.

MEJÍA TORO Jorge Mario. Incursiones de un tercemundano en la ficción del pensamiento. Medellín Editorial Seduca, 1997

PLATÓN.  Obras completas. Madrid: Editorial Aguilar

R. DODDS.  Documento: Capítulo II De una cultura de la vergüenza a una cultura de culpabilidad.

SANDOVAL HUMBERTO. De la psicología: la muerte del centauro. Santa fe de Bogotá, Arfin ediciones, 1995, p.125

SAÚL SANCHEZ. Sobre lo griego. Medellín: Revista contexto No. 7. Universidad de Medellín.1969






[1]HOMERO. La iliada. Bogotá, Editorial Bedout, 1986, p.21
[2]Ibíd., 329
[3] SANDOVAL HUMBERTO. De la psicología: la muerte del centauro.Santa fe de Bogotá,  Arfin ediciones,1995, p.125
[4] SAÚL SANCHEZ. Sobre lo griego. Medellín: Revista contexto No. 7. Universidad de Medellín, p.140. 
[5] HOMERO. La iliada. Bogotá , Editorial Bedout, 1986, p. 11
[6]LAURENT ERIC, BRODSKY GRACIELA. Coloquio-seminario sobre el seminario 23 de J. Lacan el sinthome. Buenos Aires: Eol Grama. Marzo 29 de 2007, p.41 
[7]R DODDS. Documento: De una cultura de la vergüenza a una cultura de la culpabilidad. Capítulo II, p.40
[8]MEJÍA TORO JORGE MARIO. Incursiones de un tercemundano en la ficción del pensamiento. Medellín, Colección de autores antioqueños. 1995,p.51
[9] Ibid., p. 52
[10] Ibid., p.50
[11]Op. Cit., 88 

Ensayo publicado en la Revista Ciudad y en Literatura e poéticas do imaginário Antonio Donizeti da Cruz ...2012