La
alberca
Ese
sombrío presagio de la alberca es una sílaba que tarareo en los sueños, en el
encuentro conmigo misma. La niebla atraviesa el viejo mercado, las calles
empedradas y un violín de fondo viaja en la noche que soy.
El
murmullo del viento en la niebla no me sirve de brújula.
Se
fatigan mis labios, no hay fuego que caliente esta locura. No hay rostros
conocidos cuando la muerte nos hiere.
Una
multitud acorralada en mi pesadilla, un mercader vendiendo un vino extraño; es
mi sangre en la botella, mi sangre bebida mientras aprieto mis dientes.
Muerdo
mis labios mientras repito tu nombre y el mercader de un solo ojo pasa su
lengua de áspid por mi vientre, mientras la tarde obstinada se niega a morir y
las cuerdas del violín suenan acompasadas por el laberinto de frías calles.
Bocas
hambrientas me asaltan
Soy
el instante malogrado en las manos del verdugo.
Soy
tantos fuegos apagados, tantos ojos inertes, tantos rostros en la palidez de la
muerte.
Me
niego a morir cuando la neblina deja entrever tus muslos lozanos, como los del
jovenzuelo que aun brilla en tus ojos.
Entonces
me rebelo cuando el violín en tus labios tararea una sonata. Se rebela mi
sangre y el mercader de un solo ojo se marcha.
El agua mide
el tiempo
Afuera los
aullidos de las fieras, adentro una réplica.
Aúlla sobre
la roca oscura en la que afila
sus garras reptilianas,
La luna se
esconde en los pliegues de una nube.
Busca un beso
que como los juegos de dados termina siendo azar
Que se feria
a media noche.
Aturdidos los
sentidos en el misterio del instante,
Sobre una
clepsidra el agua mide el tiempo en un giro repetido de la rueda. Dando vueltas
sobre la misma idea que no cede está ella.
Sí
Debe confesar
que el silencio se abre como una herida
Supura el
fétido aliento de una oscura figura que se repite como el andar nocturno de un
gato que maúlla mientras todos duermen.
Sus ojos se
niegan a ausentarse, los párpados se cierran y conspiran,
Un haz de luz
los atraviesa. La fatiga del tiempo en la clepsidra hace que entorne la mirada,
dentro y fuera de sí.
Unos pasos se
acercan, otra mujer camina con sus pasos.
La que es
ahora y la que ha sido se saludan con una cálida sonrisa.
Y de nuevo un
haz de luz atraviesa la pupila.
La
guerra
La
guerra está en mis hombros, en mis dedos, en la palabra que callo. La guerra no se vive lejos de la casa, lejos del
palpitar del barrio moribundo, tampoco fuera del corazón.
No
quiero evadir el amor, ni la ciudad, ni estas punzadas de odio que alimentan
los ríos de sangre que riegan mi cuerpo.
Sin
embargo, me muerdo los labios cuando una lágrima agoniza en una rosa. La guerra
nunca muere mientras el hombre exista.
La
guerra se alimenta de mis pies, del locuaz orador que viene del sur.
Mientras
la muerte salude la mañana, me mantendré despierta hasta la más alta hora de la
noche como una extranjera al borde del placer o del horror.
Comuna Ocho
Si esta piel
alcanzara para el resto del mundo
Si pudieran
calzar esta piel y este agobio
Esta pesadez
de las manos y el espíritu,
Comprenderían
que el viento arrecia a la madrugada y devora la rosa.
Si habitaran
esta piel mía,
Verían que
los pozos están secos y tengo sed.
Que no hay
tiempo para pensar, el abecedario que comulgo es el de abrir la alacena y
contar los granos en el precario verbo de la subsistencia.
Si alcanzara
esta piel para todos
Sabrían que
estoy empezando a deletrear palabras
Aprendiendo a
escribir y a leer,
Ahí sucumben
mis sueños porque los hijos aguardan el pan en la mesa.
Si alcanzara
esta piel sabrían que sumar y restar se parecen a la vida cotidiana,
Que dividir,
se torna difícil, es un asunto de geografía y de ciudad.
Un asunto de
salario y de matemáticas.
Si alcanzara
esta piel para todos…
Gélida boca
Una extraña
lámpara alumbra el recinto huérfano de luz,
no sé cómo
decirle a la muerte que ya no va más el juego pactado en la infancia, me
resisto al malevo caminar de sus pasos, a su voz de trueno en las noches más
aciagas.
Cuando se
acabe este dolor que no cabe en el cuerpo, enterraré una daga en su cuello, despedazaré
su túnica, la mueca de alegría en su gélida boca.
Cuando el
dolor se haya ido secaré las lágrimas que caen del árbol, de las ventanas
cerradas como una larga letanía, parábola de iglesia y romerías, lacónico
susurro que no agoniza.
El reloj tiene
las horas que no queremos, anuncia el deceso; corta el hálito de vida, repite
la escena en el cuerpo mortificado.
Cuando mis
huesos anhelen la oscura fosa, y un leve signo de vida me alimente, tendrás que
reconocer mi fiereza.
Y tal vez te
preguntes por qué te empecinas en mi frágil humanidad que se sostiene en pie,
sin saber cómo.
Antes de que
se te antojé verme agonizando en medio de la sordidez del mundo, mis fieros
ojos te desafiarán hasta el instante que ganes la última partida.
Entre tanto
mis amigos más cercanos, los buitres, devorarán mi carroña de una sola
dentellada.
Escritura
muerta
La noche se
abre, lentamente, para recibir el corazón de los dioses masacrados en un rito
sin palabras, ese eslabón que sostiene la angustia del caído.
Ahora los
hombres andan libres, pero no soportan el silencio de la soledad, el vacío de
la libertad, se aferran a algún misterioso origen que los nombre.
Las cadenas
se hacen hermosas por la costumbre, no hay que pensar ni incomodarse con uno
mismo, solo guardar silencio sin lamentarse por los cráneos insepultos.
Arriesgarse
al desamparo, ruta de laberintos y miedos, es caer en los abismos y en la sed.
Se hace más cómodo repetir la escritura muerta, volver a morder el polvo de
otros tiempos.
Mientras la cintura
del mundo atraviesa mi pupila yo me pregunto si es cierto que hemos abandonado
a los dioses, si es cierto que yo misma los he abandonado, o como todos, solo
soy un maniquí al que se le cambia el atuendo.
Jazmín
Mi hermana
bebía del silencio y caminaba como un jazmín roto por el aguacero, lánguida
flor esperando la última bocanada de aire.
Ojos almendrados,
lejos del croar de las ranas, olvidada del mundo, lejos de esa pequeña parcela
de los sueños, lejos de los cucarrones y las canicas, de las moreras y los
guamos.
Cenizo el
día, aunque la tarde iluminada abría sus brazos de primavera.
Cuando una no
acaba de irse, todo arrastra a los mismos lugares.
El cuerpo se
reciente, oculta en los huesos la nostalgia. Una va entregando a la muerte sus
delirios, la dulzaina de infancia.
La voz queda
huérfana, y nada, nada, detiene la partida.
Pero no se
sabe cómo se vuelve de las cenizas, cómo el aliento retorna al cuerpo con más
brío.
Cuando
dejamos ir lo que ya no es, cuando soltamos las riendas que nos atan al dolor y
a la furia de los vientos, se aliviana el peso del cuerpo y el jazmín en flor
se hace cálido fuego.
Grávida
tierra
Ayer era otro
día
Un día en que
crecía la morera
El platanal
doblaba su estatura
Otro día
contemplando pájaros
Trazando
figuras en la grávida tierra.
Otro día más
gris o más azul
Lluvioso o
cálido
No importó
como amanecía
Recogía
huevos en el gallinero
Amasaba la
harina y con ojos de asombro
El azul
insondable reía.
Era una
chiquilla de ojos tristes
Abriendo
surcos en los sueños improvisados
Haciendo
figuras en el cielo
Como si
inventara una nueva escritura
Para comunicarme
con los gnomos
Esos seres de
la nada
Que persisten
en los sueños.
Arrastraba
costales
Para dejarme
caer liviana sobre la grama
Libre
Yendo a la
velocidad de una estrella fugaz
Dando
zancadas hasta alcanzar la luna
Que casi se
prendía de mis dedos.
Todo me
asombraba
Hasta mis
ojos tristes me asombraban.
Y el silencio
me hablaba en sus fonemas mudos
Deletreaba la
escritura de las hojas del árbol de guamas
Y con una
vara que volvía mágica
Medía las distancias entre el presente
y el futuro.
La mudez del
tiempo poblada de incendios y memoria
Recobraba del
olvido esa pequeña franja de luz que nos visita
En el hambre
oscura que hace gemir al día.
No todo fue
música en el campo
La luna se
perdía en las heladas noches, extraviado rumor
En que los
pasos de la vida y la muerte se confunden,
Pero siempre
la lejana espesura del verde follaje
Me devolvía la esperanza y la alegría.
Y entre juego
y hambre, entre risas y asombro,
Ese hilo que
zurcía tejiendo la alborada se hizo lumbre y luz de mayo.
No más
Sobre los
mismos pasos ha vuelto muchas veces, sobre las heridas que no olvida.
En las
desoladas noches las lágrimas caen y un olor a alcohol se precipita en el vacío,
Apenas
empieza la aurora.
Limpia sus
labios que todavía sangran.
No entiende
como la furia de unas manos cortan la leche que amamanta la vida.
El silencio
es un luto que no sabe de palabras.
El silencio
es el miedo que golpea sus carnes trémulas.
¿De qué sirve
la memoria cuando se lleva a la espalda un grito que enmudece?
El tiempo
detenido en un oscuro placer que no puede romper,
Qué necesita
romper.
Recoge su
dignidad del suelo, maldice su nacimiento y su presente,
Una sombra de
infancia la persigue y en su garganta se atoran los recuerdos.
Esa mujer
adulta lleva una niña indefensa,
Rota la
inocencia.
Dentro de ella
las mariposas son negras, vuelan en un círculo infernal que nadie detiene.
En un reloj
un tic tac monótono como los azotes que permite.
Un destino
sin primavera.
El invierno
está en su cuerpo.
El árbol que
habita tiene hojas secas. Una mujer danza en el espejo, otra que tiene sus ojos
y su risa. La mira y no me encuentro, remiendo sus huesos, y de nuevo los
rostros del miedo regresan.
Todas las
horas son la misma hora, la de la pesadez y la impotencia.
¿Hasta cuándo
soportara la incertidumbre?, de que todo golpe en la puerta intimide a su
pequeña, a su pequeña que con hondo alarido gritan no más.
¿Cuándo
renunciara a ese aturdimiento?
¿Cuándo se
reconciliara con la mujer en el espejo?, y pueda decir no más.
Poemas con los que participé en el II Concurso Nacional de Poesía y Cuento de Asmedas. Me otorgaron una mención de honor.
Poemas con los que participé en el II Concurso Nacional de Poesía y Cuento de Asmedas. Me otorgaron una mención de honor.