viernes, 3 de abril de 2015

Grávida tierra





La alberca


Ese sombrío presagio de la alberca es una sílaba que tarareo en los sueños, en el encuentro conmigo misma. La niebla atraviesa el viejo mercado, las calles empedradas y un violín de fondo viaja en la noche que soy.

El murmullo del viento en la niebla no me sirve de brújula.
Se fatigan mis labios, no hay fuego que caliente esta locura. No hay rostros conocidos cuando la muerte nos hiere. 

Una multitud acorralada en mi pesadilla, un mercader vendiendo un vino extraño; es mi sangre en la botella, mi sangre bebida mientras aprieto mis dientes.

Muerdo mis labios mientras repito tu nombre y el mercader de un solo ojo pasa su lengua de áspid por mi vientre, mientras la tarde obstinada se niega a morir y las cuerdas del violín suenan acompasadas por el laberinto de frías calles.

Bocas hambrientas me asaltan
Soy el instante malogrado en las manos del verdugo.
Soy tantos fuegos apagados, tantos ojos inertes, tantos rostros en la palidez de la muerte.

Me niego a morir cuando la neblina deja entrever tus muslos lozanos, como los del jovenzuelo que aun brilla en tus ojos.
Entonces me rebelo cuando el violín en tus labios tararea una sonata. Se rebela mi sangre y el mercader de un solo ojo se marcha.



El agua mide el tiempo


Afuera los aullidos de las fieras, adentro una réplica.
Aúlla sobre la roca oscura en la que afila sus garras reptilianas,
La luna se esconde en los pliegues de una nube.

Busca un beso que como los juegos de dados termina siendo azar
Que se feria a media noche.

Aturdidos los sentidos en el misterio del instante,
Sobre una clepsidra el agua mide el tiempo en un giro repetido de la rueda. Dando vueltas sobre la misma idea que no cede está ella.

Debe confesar que el silencio se abre como una herida
Supura el fétido aliento de una oscura figura que se repite como el andar nocturno de un gato que maúlla mientras todos duermen.

Sus ojos se niegan a ausentarse, los párpados se cierran y conspiran,
Un haz de luz los atraviesa. La fatiga del tiempo en la clepsidra hace que entorne la mirada, dentro y fuera de sí.

Unos pasos se acercan, otra mujer camina con sus pasos.
La que es ahora y la que ha sido se saludan con una cálida sonrisa.
Y de nuevo un haz de luz atraviesa la pupila.




La guerra


La guerra está en mis hombros, en mis dedos, en la palabra que callo. La guerra no se vive lejos de la casa, lejos del palpitar del barrio moribundo, tampoco fuera del corazón.

No quiero evadir el amor, ni la ciudad, ni estas punzadas de odio que alimentan los ríos de sangre que riegan mi cuerpo.

Sin embargo, me muerdo los labios cuando una lágrima agoniza en una rosa. La guerra nunca muere mientras el hombre exista.

La guerra se alimenta de mis pies, del locuaz orador que viene del sur.

Mientras la muerte salude la mañana, me mantendré despierta hasta la más alta hora de la noche como una extranjera al borde del placer o del horror.




Comuna Ocho


Si esta piel alcanzara para el resto del mundo
Si pudieran calzar esta piel y este agobio
Esta pesadez de las manos y el espíritu,
Comprenderían que el viento arrecia a la madrugada y devora la rosa.
Si habitaran esta piel mía,
Verían que los pozos están secos y tengo sed.
Que no hay tiempo para pensar, el abecedario que comulgo es el de abrir la alacena y contar los granos en el precario verbo de la subsistencia.
Si alcanzara esta piel para todos
Sabrían que estoy empezando a deletrear palabras
Aprendiendo a escribir y a leer,
Ahí sucumben mis sueños porque los hijos aguardan el pan en la mesa.
Si alcanzara esta piel sabrían que sumar y restar se parecen a la vida cotidiana,
Que dividir, se torna difícil, es un asunto de geografía y de ciudad.
Un asunto de salario y de matemáticas.
Si alcanzara esta piel para todos…




Gélida boca


Una extraña lámpara alumbra el recinto huérfano de luz,
no sé cómo decirle a la muerte que ya no va más el juego pactado en la infancia, me resisto al malevo caminar de sus pasos, a su voz de trueno en las noches más aciagas.

Cuando se acabe este dolor que no cabe en el cuerpo, enterraré una daga en su cuello, despedazaré su túnica, la mueca de alegría en su gélida boca.

Cuando el dolor se haya ido secaré las lágrimas que caen del árbol, de las ventanas cerradas como una larga letanía, parábola de iglesia y romerías, lacónico susurro que no agoniza.

El reloj tiene las horas que no queremos, anuncia el deceso; corta el hálito de vida, repite la escena en el cuerpo mortificado.

Cuando mis huesos anhelen la oscura fosa, y un leve signo de vida me alimente, tendrás que reconocer mi fiereza.

Y tal vez te preguntes por qué te empecinas en mi frágil humanidad que se sostiene en pie, sin saber cómo.

Antes de que se te antojé verme agonizando en medio de la sordidez del mundo, mis fieros ojos te desafiarán hasta el instante que ganes la última partida.

Entre tanto mis amigos más cercanos, los buitres, devorarán mi carroña de una sola dentellada.




Escritura muerta


La noche se abre, lentamente, para recibir el corazón de los dioses masacrados en un rito sin palabras, ese eslabón que sostiene la angustia del caído.

Ahora los hombres andan libres, pero no soportan el silencio de la soledad, el vacío de la libertad, se aferran a algún misterioso origen que los nombre.

Las cadenas se hacen hermosas por la costumbre, no hay que pensar ni incomodarse con uno mismo, solo guardar silencio sin lamentarse por los cráneos insepultos.

Arriesgarse al desamparo, ruta de laberintos y miedos, es caer en los abismos y en la sed. Se hace más cómodo repetir la escritura muerta, volver a morder el polvo de otros tiempos.

Mientras la cintura del mundo atraviesa mi pupila yo me pregunto si es cierto que hemos abandonado a los dioses, si es cierto que yo misma los he abandonado, o como todos, solo soy un maniquí al que se le cambia el atuendo.



Jazmín


Mi hermana bebía del silencio y caminaba como un jazmín roto por el aguacero, lánguida flor esperando la última bocanada de aire.

Ojos almendrados, lejos del croar de las ranas, olvidada del mundo, lejos de esa pequeña parcela de los sueños, lejos de los cucarrones y las canicas, de las moreras y los guamos.

Cenizo el día, aunque la tarde iluminada abría sus brazos de primavera.

Cuando una no acaba de irse, todo arrastra a los mismos lugares.
El cuerpo se reciente, oculta en los huesos la nostalgia. Una va entregando a la muerte sus delirios, la dulzaina de infancia.
La voz queda huérfana, y nada, nada, detiene la partida.

Pero no se sabe cómo se vuelve de las cenizas, cómo el aliento retorna al cuerpo con más brío.

Cuando dejamos ir lo que ya no es, cuando soltamos las riendas que nos atan al dolor y a la furia de los vientos, se aliviana el peso del cuerpo y el jazmín en flor se hace cálido fuego.



Grávida tierra

Ayer era otro día
Un día en que crecía la morera
El platanal doblaba su estatura
Otro día contemplando pájaros
Trazando figuras en la grávida tierra.

Otro día más gris o más azul
Lluvioso o cálido
No importó como amanecía
Recogía huevos en el gallinero
Amasaba la harina y con ojos de asombro
El azul insondable reía.

Era una chiquilla de ojos tristes
Abriendo surcos en los sueños improvisados
Haciendo figuras en el cielo
Como si inventara una nueva escritura
Para comunicarme con los gnomos
Esos seres de la nada
Que persisten en los sueños.

Arrastraba costales
Para dejarme caer liviana sobre la grama
Libre
Yendo a la velocidad de una estrella fugaz
Dando zancadas hasta alcanzar la luna
Que casi se prendía de mis dedos.
     
Todo me asombraba
Hasta mis ojos tristes me asombraban.

Y el silencio me hablaba en sus fonemas mudos
Deletreaba la escritura de las hojas del árbol de guamas
Y con una vara que volvía mágica
Medía las distancias entre el presente y el futuro.
La mudez del tiempo poblada de incendios y memoria

Recobraba del olvido esa pequeña franja de luz que nos visita
En el hambre oscura que hace gemir al día.

No todo fue música en el campo
La luna se perdía en las heladas noches, extraviado rumor
En que los pasos de la vida y la muerte se confunden,
Pero siempre la lejana espesura del verde follaje
Me devolvía la esperanza y la alegría.
Y entre juego y hambre, entre risas y asombro,
Ese hilo que zurcía tejiendo la alborada se hizo lumbre y luz de mayo.



No más

Sobre los mismos pasos ha vuelto muchas veces, sobre las heridas que no olvida.
En las desoladas noches las lágrimas caen y un olor a alcohol se precipita en el vacío,
Apenas empieza la aurora.

Limpia sus labios que todavía sangran.
No entiende como la furia de unas manos cortan la leche que amamanta la vida. 

El silencio es un luto que no sabe de palabras.
El silencio es el miedo que golpea sus carnes trémulas.

¿De qué sirve la memoria cuando se lleva a la espalda un grito que enmudece?
El tiempo detenido en un oscuro placer que no puede romper,
Qué necesita romper.

Recoge su dignidad del suelo, maldice su nacimiento y su presente,
Una sombra de infancia la persigue y en su garganta se atoran los recuerdos.
Esa mujer adulta lleva una niña indefensa,
Rota la inocencia.

Dentro de ella las mariposas son negras, vuelan en un círculo infernal que nadie detiene.
En un reloj un tic tac monótono como los azotes que permite.

Un destino sin primavera.
El invierno está en su cuerpo.

El árbol que habita tiene hojas secas. Una mujer danza en el espejo, otra que tiene sus ojos y su risa. La mira y no me encuentro, remiendo sus huesos, y de nuevo los rostros del miedo regresan.

Todas las horas son la misma hora, la de la pesadez y la impotencia.
¿Hasta cuándo soportara la incertidumbre?, de que todo golpe en la puerta intimide a su pequeña, a su pequeña que con hondo alarido gritan no más.

¿Cuándo renunciara a ese aturdimiento?
¿Cuándo se reconciliara con la mujer en el espejo?, y pueda decir no más.


Poemas con los que participé en el II Concurso Nacional de Poesía y Cuento de Asmedas. Me otorgaron una mención de honor.