“En la periferia arrastrando penas,
lastres, bultos de sal, lonas de azufre”
Los ojos no logran ir más allá de la miseria
eternizada en los escombros. El aire gris, el suelo gris, el cielo gris,
polvareda y contaminación, mutilación y hambre. Solo chamizos, solo lodo como
arcilla moldeando una ciudad fantasma. Nada verde, nada azul, tanta dolor
desgarrando la piel, la magia, la vida.
La poesía de Luis Hernando Guerra Tovar es
errancia, soledad, extravío. Dónde hundir las raíces que ya no están. Solo
queda el delirio. Solo el asombro cuando “la
ciudad cambia de nombre, se pierde con nosotros calle abajo”. Y el silencio
incapaz de poner de nuevo un nombre a las cosas, a los hombres, se torna
abismo, destierro; y el reloj deja de medir el tiempo, no hay horas para
partir, campanas para conglomerar las risas de los hombres nutriendo las calles
de voces blancas u oscuras, de pájaros soñantes.
Una niebla profunda se apodera del aire. ¿Dónde
el cielo abierto, lleno de azul? ¿Dónde el anaranjado de las tardes de verano?
Nada en pie, nada vuelve de los escombros. Solo la memoria de un día sin patria.
La memoria, de un día antes y un día después, de nuevo el asombro, camina por
las calles que no existen. Extraviado como la memoria, muda de calles, las que fueron y no están.
Un gris domina el horizonte. Ni columpios ni
niños, desolación es lo que deja la muerte a su paso “un ángel de alas calcinadas señala un precipicio”. Queda el corazón
petrificado como las lágrimas que se secan antes de caer sobre la lava
compacta.
La poesía de Luis Hernando Guerra Tovar no puede
evadir la historia personal, ella se escapa a través de los laberintos del ser
como una impronta en la que se juega ese insondable océano de la subjetividad
frente a experiencias extremas como la de Armero.
Su obra se mueve entre la brevedad y la
sugerencia, entre la sensibilidad del ejercicio poético y una visión fugaz que
luego se oculta, y es cuando se debe seguir sus huellas para comprender su
intención, su profundidad. En pocas palabras nos traslada a ese río inagotable
de la experiencia, en la que el miedo, el sueño, y el secreto tienen aristas insoportables
que se silencian.
Entonces“,
no hay lugar ni deseo, ni sueño… alguien
que indique en el mapa la palabra: acaso puerto, puente, tabla: tabula rasa.
Tabla de salvación o condena”. Solo neblina. Y los muertos que marcharon
con un secreto que los vivos compartían, callaron. ¿Por torpeza, costumbre, indiferencia?
“¿El que acciona el gatillo del silencio
qué oculto designio obedece?” pero todo regresa desde la fuga como un
destino, como “un escombro sembrado en
el patio de la infancia. Sus ramas
olvidaron el origen, y la sombra es flor azul, en la desmemoria de los pájaros.
Un escombro blanco como el silencio. Todos los días lo regamos con agua herida
de tanto cielo”.
Todo se oscurece en un segundo, las calles de
colores quedan en el recuerdo. El lodo toma la forma de los muertos. El fango
se traga la ciudad, los nombres, las casas, los árboles, los niños. “Calles de todos los colores rumbo al
abismo. Sin mirarnos avanzamos por la noche enfundados en gruesos abrigos de
miedo” Nadie se parece a nadie, solo el miedo se parece a todos, lúgubre
escena la del adiós.
Uno a uno fueron bajando al infierno sin
distingo de estatura ni credo, resurgiendo también del infierno con ojos de
ausencia, con lágrimas grises, con bocas grises, después de morder la miseria.
Zombis con paso indeciso. En círculo, por un desierto tapizado de lava. Y así
murieron las horas, luego la noche insondable, mortífera.
“Y
después del viento vino el abismo y el subsuelo sin raíces…una cortina de bruma
la sepulta, una mirada de infancia la reclama”. ¿Pero dónde encontrarla? La
ciudad, incapaz de voces o ecos, no responde. Una oculta voz calla y nadie se
rebela. El viento guarda un secreto, pero “nada
dice el viento que lo sabe todo, porque nadie pregunta y todo calla”…Nadie ha
preguntado al secreto su condición de ser, su voluntad de encierro, su triste
realidad de exilio”.
A dónde ir, en dónde quedarse, ninguna
estrella que alumbre en la partida. Como si el día también fuera noche. “La noche nos prestó sus alas en la fuga
por los espacios azules del sueño, pero
la luz de la vigilia nos hace de nuevo prisioneros, nos amputa el vuelo, nos
llena la boca de silencios…El secreto no está solo. Conviven con él otras
criaturas, comparten la sombra, las rejas del silencio”.
Todo grito lacerado, toda plegaria, todo
oráculo desoído. El hombre se alimenta de sus huesos. ¿Quién nos acompaña en la
hora aciaga? Taciturna latitud del hombre en las grietas del alma. Y es cuando
en medio del horror una voz casi apagada, que se conduele de sí y de los otros,
grita al destino, a los dioses, al viento, a nadie. Nadie escuchará su grito
errante.
“Errante de todas las edades, de todos
los insomnios, observa desde el fondo destellos de sombras, el rostro azul de
la condena… sí, condenados a morir ¿importa el verdugo?”
Condenados a “caminar sin rumbo en lo profundo de uno mismo, escindido del milagro
fragmentado e intentando regresar a la fuente de la dicha intacta”
En esos momentos, en que el horror lacera los
ojos, ese paraíso precario era lo más cercano a la dicha; viene la pérdida, el
duelo, y queda todo como detenido, y el asombro se vuelve a anidar en cualquier
resquicio de la existencia, suspendido en el tiempo. “En el olvido…el abril de sueños y locuras. Todo, menos la palabra”.
La palabra como un intento de bordear lo insoportable, lo ominoso que nos
desborda.
Luis Hernando Guerra Tovar ha escogido esta vía, la
de la palabra, la del poema, en un intento reiterativo de redimirse, de dejar
sentada una protesta frente a la desidia de los gobernantes que saben lo que va
a suceder, y sin embargo, permanecen indiferentes ante la tragedia que se
avecina, ante la miseria que subyace en lo humano.
La sensibilidad de Luis Hernando Guerra Tovar retrata
la hecatombe con imágenes que lo siguen acompañando, porque las ciudades que
alguna vez fueron, se niegan al olvido, toman fuerza; aunque invisibles, tienen
tentáculos que se arraigan en los sobrevivientes, nada queda igual después de
la pérdida, solo el albedrío como transito obligado. Y esta opción queda
expresa en su poema Albedríos, deja
entrever como cada quien enfrenta sus fantasmas:
“De los
escombros elige el que te guste. Solo
tú sabes el color de tu miseria”.
Enlace: con-fabulación.blogspot.com No -370- Postales desde ciudades insomnes
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